Las revoluciones ya no rugen desde las grandes avenidas,
sino que susurran en las conversaciones cotidianas,
en los patios escolares, en las huertas comunitarias,
en los círculos de lectura.
La transformación social contemporánea
se teje en la escala de lo íntimo,
en esos espacios donde nuestras manos
tocan directamente la realidad:
el aula donde enseñamos,
la cooperativa que integramos,
el centro cultural que habitamos.
Son cambios moleculares,
casi imperceptibles
nuevas formas de relacionarnos,
de cuidarnos mutuamente.
Somos testigos de una especie de pandemia de la desconexión
el empobrecimiento del pensamiento.
Son dos fuerzas opuestas
operarando simultáneamente:
una teje pacientemente vínculos
construye sentido desde lo pequeño,
otra erosiona velozmente el tejido social
a través de la desinformación,
el individualismo feroz
y la pérdida de la capacidad de diálogo.
Lo más perturbador es la velocidad con que se propaga
esta segunda fuerza: la estupidez.
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