En un estado casi ketamínico caí rendido, nervioso, alterado
la perseguí con mente y cuerpo,
con mirada discreta que no pudo contenerse.
La lente de mi cámara la siguió,
capturando solo su espalda fugitiva,
imagino perfiles que no logran artraparla
ni en cuello ni en piel.
Pequeños regalos imprevistos.
Lo tengo claro como el agua cristalina:
no existe posibilidad alguna, pero no me importa nada.
Todo en ella es precioso:
el perfil dibujado en el aire, la sonrisa que ilumina espacios,
el cabello que danza como mi teoria robada de las bandadas.
Lo verdaderamente esencial yace
en lo que hace: su arte visual premiado.
Su belleza aritmética
esa dulce necesidad de existir
como prueba viviente de que cualquier desamparo
puede cobijar un poema peligroso.
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